El mundo desde una hamaca

Amiga de la infancia, de esas tardes de siesta en el campo, de momentos de serena soledad y reflexiones de niña. En tu ir y venir, me peinabas con el viento y, cuando tomábamos velocidad, me dabas ganas de volar. Llenabas el espíritu con una fuerza nueva y un afán de querer ir cada vez más alto. A veces, enroscando tus cadenas varias veces, me diste vueltas y vueltas, mareándome en carcajadas, pintando mis ojos con manchas de colores como pinturas impresionistas. Otras veces, me paré sobre tu madera y me creí grande. Otras veces, simplemente me senté a arrastrar perezosamente el polvo debajo tuyo; en cada pasada más sucias las zapatillas, más desatados los cordones. No te sostenía mucho rato, porque las cadenas hacían doler las manos, en aquellos tiempos tan chiquitas.
Hamaca de infancia, hace poco nos volvimos a encontrar. En vez de seis o siete, tenía veintiseis. Pero con mi cámara te recorrí para homenajearte. Tan quieta y mansa es tu apariencia, sin embargo, fuiste la primera gran aventura.

María Mullen

 



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