Cataratas de inmensidad












Perpetuas avalanchas de fuerza y grandeza.
Perpetuo recuerdo de la infinidad del tiempo. De la ancianidad y de sabiduría de la naturaleza. Hoy, como ayer y como hace miles de años, el agua sigue cayendo. ¿De dónde? ¿Cómo es que no se acaba? Sólo Dios sabe.

Pasan los minutos y los días y el agua sigue rompiendo contra las rocas.
Cataratas...
Libertad explosiva que no se deja atrapar y supera toda piedra que se aparezca en el camino, haciendo de cada una, una nota más de esa misma melodía que tantos arroyos y cascadas venían tarareando, pero que ahora han hecho concierto.

Como la música, mientras el agua se precipita, también asciende, y sus nubes de gotas empapan de admiración y grandeza. Una grandeza blanca que no necesita de oro de ni piedras preciosas, sino que está hecha de lo que más sobra en la tierra: agua.

Y de pronto, ¿acaso trae el viento una nostalgia? ¿Porqué me siento tan hermana? Mi sangre también es catarata. Mi alma se infla del gozo y ansía esa misma libertad.

Así como un recién nacido es capaz de reconocer el canto de su madre, por haberla escuchado desde su seno, yo reconozco el susurro de Dios.

No. No es una nostalgia cualquiera. Me gusta creer que es una nostalgia del cielo. Del que venimos y para el que estamos hechos.

La frescura y divinidad de las cataratas se esparse en cada salto. Atesora verdades que sólo se dejan encontrar a aquellos que hacen silencio y se sientan a contemplar. Inmortal, permanece allí donde siempre estuvo, escondida y cautiva, en el corazón de una selva.

Renovadoras del espiritu, limpiadoras de toda vana preocupación temporal y mundana, ¡cómo agradezco que nuestra Argentina tenga estas cataratas!

¡Y pensar que son resultado de una "falla geológica" en la naturaleza!

María Mullen
Iguazú, Misiones - Argentina ( Marzo 2008)